Seis




Pie,
pedazo de carne y hueso.
Piedazo.
Piedad.
Portazo.


Diste un portazo tras de ti
y en mi cuarto quedó
eco.


Preciado cuero dentro de tanto cuero:
una bolita de tipo militar con pasadores oscuros.
Pierdón.
Perdón.
Pero ya te habías ido.


Una puerta.
Dos puertas.


5 segundos.


Primer portazo. Segundo.
Uno fuerte, otro leve.


Yo me quedé inmóvil
viendo tus pies sosteniendo tal escándalo.
Palabras y gritos que no entendí
hasta que te vi,
pequeña, en la vereda,
desde mi ventana, de espaldas,
corriendo con tus pies como dos hormigas.
Pierdón.
Prometo
Priecaución. Pero ya no estabas.


Uno tras otro
y otro delante de otro,
pie encabalgado hasta la calle,
escalón tras escalón.
Golpes secos en la escalera.
Rápido, fue rápido.
3 escalones por segundo.
No me dio tiempo ni a encender un cigarrillo
y pensármelo bien eso de ir tras tus pasos.
Pies sumidos en la confusión.
Presumidos.


Marcharon,
tú y ellos, ellos contigo. Frío inevitable.
Tú llevabas un abrigo hasta la rodilla,
ellos medias gruesas color beige y cuero, mucho cuero.
Vestimentas necesarias para
la imprevisible lluvia de otoño.


Ahora que llueve,
escribo. ¿Dónde andarás
pisando charcos, desparramándolos,
o salpicando transeúntes
que esperan en las esquinas?
¿Hasta dónde huirás,
hasta dónde
con tu castigo?
Tu castigo es el mío.
Pierfecto.
cumplen tu cometido.


En Los nóveles n° 37.

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