[La madre rata] por la rusa Regina Khayum: sucia a la vez que idealista, cruda e insurgente


La antropófaga Regina Khayum escribe esta reseña de La madre rata para la revista barcelonesa 2+, pero yo la publico antes aquí!!! Nos vemos mañana...



Por Regina Khayum.

Pasen y siéntense. ¿Ven a aquellos jóvenes a lo lejos? Los pobres diablos están borrachos. Están rodeados de botellas, latas de cerveza, bolsas de plástico. Guarden el silencio por un rato. ¿Los oyen? Parecen hablar al revés. Uno de ellos ríe, otro parece estar abducido por extraterrestres, mientras que el chico de al lado está mirando un papel arrugado en su mano. Este último es el poeta. Los demás lo observan, sin saber qué contestar. Ya completamente borracho, el joven poeta repite sin cesar: “¡No es mi pulpa, no es mi pulpa, no es mi pulpa!”.

¿De qué pulpa está hablando? ¿Qué culpa se puede tener a los 13 años? Obviamente, todos son culpables, pero no les importa. Sus tiernas mentes, cansadas de las doctrinas religiosas, levitan entre la inconsciencia y el olvido. Aquí no hay lugar para la culpa alguna, aún. El vecindario, impaciente, espera infringirle el último castigo, pero ellos todavía no lo saben. Están demasiado borrachos para pensar, para huir, para esconderse. Ya les advirtió su profesor Orate: “¡No confíen en los adultos!”. Pero las ratas jamás han confiado en nadie. Han hecho lo que se les ha antojado en todo momento, sin ningún remordimiento. Y es que, ¿qué significa para ellos arrimarse al culo de una chica en el autobús? ¿Humillar a un profesor? ¿Maltratar o violar a un compañero de clase? Nada. Un gesto. Acción. ¿Acaso importa?

Para LM Hermoza, allí donde se coloca un límite o se yergue un muro, está la pasión, la locura y la juventud para derrocarlos, inútilmente: un gesto poético necesario que, a menudo, acaba en una tragedia. La novela avanza, rápida, sin tregua, entre la risa frente lo inaceptable, lo políticamente incorrecto y la banalidad repleta de sentido que está a la vista de todo aquel quien tiene la mirada abierta y sin prejuicios. Aquí no encontrarán la intensión de educar, dar lecciones o instruir a la juventud errante, sino todo lo contrario. Con La madre rata recordarán momentos formidables, pulsiones grotescas, conversaciones de poco contenido que, sin embargo, parecían importar a todo el mundo. Recordarán el asfixiante mundo de la escuela, las peleas, la necesidad de pertenecer a una pandilla, a un grupo, en busca de aliados. Recordarán a sus amigos a los que hoy probablemente ni saludan. Recordarán a sus profesores desquiciados que se esforzaban en guiarlos por el buen camino del miedo. Recordarán al primer amor, si tuvieron la suerte o la desgracia de vivirlo siendo adolescentes. Recordarán la primera ruptura, el primer beso, el primer verso, todos aquellos momentos tan importantes, que vistos en retrospectiva, carecen de su aire épico y trascendental. Recordarán que sus travesuras eran las auténticas atrocidades. Tal vez lo recordarán con una sonrisa y cariño. Tal vez no querrán mirar atrás. Y es que, La madre rata nos enfrenta con esta adolescencia, marcadamente masculina, que parece encontrar su lugar justo en el límite entre la pulsión libidinal desatada y la ingenuidad disfrazada de fuerza: un lugar suficientemente incómodo que merece ser rememorado y presentado sin filtros de colores de amanecer. Sucia a la vez que idealista, cruda e insurgente, esta es la forma que adquiere la pubertad bajo la tutela de LM Hermoza con su pandilla de chicos ratas que, como indicaba su primer título, también aman.

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