[La madre rata] por Françoise Aubes: con LMR, Hermoza renueva el consabido género de novelas de aprendizaje

Françoise Aubes, especialista de literatura peruana, fue una de las presentadoras de La madre rata en París, en el evento que tuvo lugar en la librería L'Harmattan (16 rue des Écoles, Paris V°) el 26 de Noviembre. El evento fue organizado por la revista de arte ZoomArt París, que dirige Victoria/VZphotographe. A continuación, comparto el texto que leyó para esa ocasión.


Yo flanqueado por Françoise Aubes... Foto Victoria.


Conocíamos al poeta, ahora Luis Hermoza sale con una novela “vieja”, de más de diez años, según lo que tengo entendido, con un título que fue cambiando como seguramente fueron cambiando varias cosas. El porqué de esta novela, para él que es más bien poeta… —no lo sé… se lo preguntaremos. Es un libro que leí con gran interés y que despertó mi curiosidad por diferentes motivos: porque conocía al poeta, al estudiante de maestría y de repente viene con un libro original y desconcertante.

De entrada, el libro se presenta en una bella edición, con la portada de una virgen de porcelana enigmática, de ojos azules que es la foto de una estatua; pero luego, cuando abrimos la novela, desde el principio vemos que cambiamos de ambiente: la novela no tiene nada de angelical. Además, posee este título raro, La madre rata, brutal, que contrasta con la foto. Son elementos paratextuales que orientan la lectura.

Si tuviéramos que hablar de novela de género, diría que estamos ante una novela de género muy masculino, donde se cuentan las aventuras, amorosas-sexuales -es lo mismo- de unos colegiales muy jóvenes, ya que están en último año de primaria en la mejor tradición de los relatos de aprendizaje, y de collera. Muchas veces me hizo pensar en Los inocentes de Oswaldo Reynoso (1961), y como vieja lectora encontré varias influencias.

Estamos ante un mundo masculino en devenir y lo que lo hace más interesante es que son muy jóvenes, chicos entre 13 y 14 años. Penetramos en su imaginario, en su mundo únicamente obsesionado por el sexo, su horizonte está lleno de penes y penes y más penes, que sueñan con culos y más culos. Es una literatura deliberadamente obscena, quizás podamos utilizar el término de realismo sucio, pero no sé, porque suena un poco anticuado.

La novela está dividida en tres partes:

1.     “El sueño” es como una introducción donde un narrador en primera persona nos lleva de la mano para entrar en el mundo de estos adolescentes. Aquí aparece Mamey, uno de los protagonistas más importantes de la pandilla.
2.     “Panda de ratas” es la más importante.
3.    Y “Vertedero”, en donde el texto cambia de registro y se transforma en un acto de teatro o una secuencia cinematográfica.

Un narrador se acuerda, veinte años más tarde, de cuando eran ratas: "de aquellos momentos que compartimos en la pubertad tan llena de nada pero repleta de todo” (141). Las ratas son una pandilla de colegiales del Centro educativo San Antonio de Padua, colegio mixto de Franciscanos, en el barrio de Jesús María de Lima. Obviamente este relato se inserta dentro del género de las novelas de aprendizaje, violentas, en el mundo cerrado del colegio, aquí religioso, pensamos inmediatamente en La ciudad y los perros; aquí sería más bien "La ciudad y las ratas".

Los chicos que integran la pandilla tienen cada uno su apodo o su chapa: Cherry, Mamey, Selvanegra, Chuky, Cebolla, El Indio; son los lejanos hermanos de Jaguar, Cava, El Esclavo, El poeta, de La ciudad y los perros, pero también de Carambola, el Príncipe, Colorete, Cara de angel de Los Inocentes. Pero veremos que no es tampoco una novela realista o por lo menos, si lo es, es de un realismo diferente, sin la contextualización habitual; hay pocos indicios de un contexto preciso político, por ejemplo; es la gran diferencia con tantos relatos de aprendizaje peruanos de denuncia explícita. El “realismo” está en otro sitio; está en la lengua procaz, obscena, en la violencia verbal coloquial de los muchachos, jóvenes supermachos cuya única preocupación es "follar"

Lo que estructura el texto y que me parece lo más interesante es el tema de la construcción de una identidad masculina en un momento de transición tan perturbador como la adolescencia; una identidad masculina, amenazada, frágil, por hacer, con todos los estereotipos machistas que tienen los jóvenes sobre las chicas. Los vemos excitados por Lorena en el microbús; al principio, todos andan detrás de Lorena como animales en celo, "todos amábamos a Lorena": Lorena es la chica guapa y "caliente" que se hace expulsar del colegio porque la encuentran en el baño con otro chico en pleno acto sexual, como dicen.

Las mujeres —Lorena y su hermana, y las otras, como la amada de Mamey— no son más que los manjares de un gran festín sexual. El relato avanza mediante varias secuencias: escenas en el microbús, las clases, los amores de Cebolla y el final de la segunda parte, un relato casi autónomo: la historia de Mamey enamoradísimo de Andrea, una chiquilla de nueve años, y el escándalo que hace totalmente borracho delante de su casa de noche, con la escena final cómica y patética cuando muy excitado se masturba en el parque frente a la casa de la niña.

Los jóvenes oscilan entre una afirmación brutal de su masculinidad y otros momentos más íntimos, tiernos, reveladores de la incertidumbre, de la angustia que viven. Es así como se puede leer la escena entre los dos amigos castigados que se reúnen a escondidas de sus padres en el cuarto de uno de los dos: un cuarto casi de niño, con juegos de video, robots, dinosaurios, soldaditos, etc. Pero lo que les interesa a ellos no es precisamente esto: sacan las revistas pornográficas que van a leer los dos bien apretaditos. La escena donde ojean y hojean fotos de sexos traduce su fascinación, su avidez, y terminan masturbándose mutuamente.

Los modelos de virilidad los buscan también en los profes: “Había que tener los huevos bien sujetos a la pelvis para entrar a nuestro salón y dictar clases” (38). Hay los que se hacen respetar y los otros como el nuevo profesor Orate, a quien faltan el respeto y fastidian a la manera de los cadetes de La ciudad y los perros, con el profesor Fontana, alias César Moro.

El colegio es un lugar violento, donde para sobrevivir hay que humillar; humillan a Marciano el hermano de las Acosta en una  escena brutal parecida a las novatadas de La ciudad y los perros, en un baño del colegio (79); sin contar las peleas con las bandas rivales, los newavers.

La tercera parte se titula “Vertedero”… ¿En qué sentido? ¿El de basural, de depósito de basura, de vorágine que se lo lleva todo? Esta parte es como el epílogo de la novela; la cual cambia de registro: estamos asistiendo a una representación, a una escena de teatro o una secuencia cinematográfica con un narrador-director que da instrucciones. Pasa de noche en un sitio lejos de su barrio, en el parque del Barranco de los Caídos (alusión quizá al futuro que les espera). En este parque, que como en todos los parques hay una virgen al centro, volvemos a encontrar a la virgen de la portada. Los amigos están tomando, celebrando el fin del año escolar, no saben lo que va a pasar en el futuro. El porvenir es incierto, les inquieta, ya  han  terminado la primaria. Son momentos de gran borrachera, de palabras incoherentes, de coma etílico. Mamey lee un poema que ha escrito. Brindan por el poema, cada vez más borrachos hasta el momento en que Mamey lanza una botella que estalla en la cabeza de la Virgen.

A partir de allí el relato se vuelve apocalíptico: son perseguidos insultados y, finalmente, matados excepto Cebolla. Luego llega el amanecer postapocalíptico: en el parque los carroñeros han salido; ratas y más ratas avanzan. “La madre rata ha bajado a juzgar…” Pensamos en la novela "futurista" de Mañana las ratas de José Adolph si bien las ratas ahora son diferentes.

El estilo de la novela es interesante; alterna una escritura rápida, dinámica, la de la oralidad, y momentos de pausa, con un estilo más rebuscado, incluso en las secuencias más obscenas como la escena de masturbación de Mamey al final de la segunda parte: Mamey de repente es “capaz de aventurarse  en los terrenos sinuosos y enigmáticos de las niñas, gritando sus nombres que roban el corazón por los parques y jardines vallados a las dos o tres de la mañana” (142). Recuerda No una sino muchas muertes, de Enrique Congrains, por esta mezcla de estilo realista y culto, del mismo modo que utilizaba Congrains para novelar el inframundo de los basurales.

La madre rata es un libro desconcertante pero muy interesante por el estilo, por el  universo violento y a la vez tierno de una pandilla de jóvenes. Hermoza renueva así el muy consabido género de novelas de aprendizaje.

Yo conocía al poeta, al estudiante de maestría especialista de Gamaliel Churata, pero no conocía al "obscuro escritor de la noche"…

Comentarios

Entradas populares